Opinion por: Pablo Salido

14 de octubre de 2021

El 11-S veinte años después

Reflexión sobre el atentado a las Compartir en:

Hace unos días se cumplieron veinte años de una de las catástrofes que marcarán un antes y después en la historia de la humanidad, la caída de las Torres Gemelas. Las versiones sobre el desastre difieren. De acuerdo a la versión oficial fue un atentado planeado por el ex CIA Osama Bin Laden; pero que de acuerdo a las investigaciones de Michael Moore (“Farenheit 9-11”) y Thierry Meyssan (“La terrible impostura”), fue un golpe institucional o una puesta en escena preparada por el Complejo Militar Industrial para apropiarse del petróleo de Medio Oriente. Ésta nueva invasión del imperio en Medio Oriente implicó beficiar a las empresas contratistas del ejército, imponer un “estado de excepción” que violó la Constitución, abolió la democracia, las libertades individuales y las disidencias con la nueva guerra o el nuevo negocio y, por supuesto, también impuso un régimen expansionista y un nuevo “orden antiterrorista” mundial con la caza de terroristas, como se denominó a los nuevos malos. Más allá de las versiones, ¿qué significó el 11-S? En lo filosófico, no son pocos los pensadores que han abordado este acontecimiento, pero coinciden en que los sueños de la modernidad y del sujeto cartesiano (los de la paz perpetua, el progreso impulsado por la razón, la felicidad, el humanismo, la emancipación, la libertad, la igualdad, la riqueza, el entendimiento entre los pueblos), ya resquebrajados a finales del siglo XIX y en la posmodernidad, llegaron a su fin, y ese fin no fue otra cosa que despertar en una pesadilla con Bush subido a un tanque, invadiendo países.

En la era que inauguró la caída de las Torres, se intensifican los controles electrónicos de la población, se levantan nuevos muros, todos somos nos convertimos en sospechosos y con la excusa de la seguridad permitimos el avance sobre nuestras libertades. Pero, de acuerdo a la filósofa Esther Díaz, a partir del 11-S se produce otra avanzada del neoliberalismo (como también se produjo otra avanzada del neoliberalismo a partir de la pandemia: la del tecno-capitalismo), desarrollando un paradigma que nos llevó de la sociedad disciplinaria o panóptica a la sociedad empresarial.

Nos hemos corrido de la vigilancia del panóptico a la lógica de la empresa, del panoptismo al empresarismo, el cual hemos insertado en nuestro imaginario social y en nuestra mentalidad como estilo de vida. El “dispositivo empresarial” atravesó los muros del mercado y se instaló en toda la sociedad (salud, deporte, cárceles, política, educación, finanzas, espectáculo, etc.). El super-yo (la instancia síquica que ejerce la vigilancia moral sobre el sujeto) ha vuelto a ser colonizado por una nueva versión del neoliberalismo. Este circuito del super-yo de renuncia y satisfacción ha sido reapropiado por dispositivos de “rendimiento”, “productividad”, “formación permanente” y “goce constante” dictados por imperativos de consumo (ejemplo: los corredores de otros tiempos, hoy transformados en “runners”, ya no solo corren sino que se “entrenan”, se “miden”, se “calculan”, con una serie de dispositivos electrónicos de geolocalización para “medir” sus “rendimientos” y “progresos” diarios).

En la era del empresarismo, donde siempre “está todo bien”, “el día es hoy” y “vamos por más y más”, hemos transformado a nuestros cuerpos en una fábrica de eficiencia y rendimiento para ir más allá de nuestros límites.

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