Opinion por: Pablo Salido

22 de enero de 2024

¿Por qué odiamos a los que no piensan como nosotros?

El rol de las redes sociales en la polarización de los discursos ideológicos. Compartir en:

En la actualidad nos encontramos ante una nueva era de odio. ¿Qué ocurre desde hace algunos años con este sentimiento que ha polarizado a la sociedad? Ocurrió internet, sus redes sociales y comunidades digitales, o las consecuencias nocivas de éstas, donde el odio dejó de estar implícito para materializarse e historiarse en comentarios y posteos generando más interacciones, más vistas, más tiempo de los usuarios frente a la pantalla, más capital. 

En la red, el odio y el capital vencen al amor, ya que, al igual que las noticias falsas, aquel se replica a una velocidad mayor generando una espiral de interacciones y engagements ya que no hay quien, hoy en día, pueda resistirse o reprimir la tentación de responder cuando mancillan a sus ídolos o creencias. Una discusión y sus respuestas emocionales (al contrario de los comentarios cordiales) pueden generar cientos de tweets y comentarios, además de infinidad de ramificaciones con aliados y enemigos.

El odio es rentable tanto para las corporaciones tecnológicas como para las políticas. 

La comunicación de los gobiernos y de las facciones reditúan el odio a su favor incitando a las masas y consolidando nichos del mercado electoral al cual apuntan su discurso manipulando ese poder emocional (por ejemplo despertando antiguos resentimientos, temores o pasados recordados como gestas) a través de la elaboración de relatos o mitos para cada una de las categorías de usuarios. Si bien hay relatos para ser consumidos por todas las posiciones ideológicas, son los extremos los más redituables porque despiertan más exaltaciones. Desde estas usinas discursivas ejércitos de bots y trolls lanzan diariamente slóganes, tweets, declaraciones incendiarias, hashtags y fakes news sobre los temas de agenda para generar conflicto, cólera, descarrillar debates, distraer, sembrar divisiones y mantener a los usuarios cautivados y segregados, ya que una de las consecuencias de la manipulación del odio es la fragmentación social.

Lacan dice que el Yo se forma a partir de la identificación con el otro, relación que siempre conllevará una tensión ya que el otro puede destruir esa imagen que formamos de nosotros mismos, de ahí que el amor y el odio siempre van de la mano. El psicoanalista francés también asegura que el capitalismo no es compatible con el amor ya que aquél no rechaza el odio sino que lo exacerba erigiendo una ideología individualista y sin vínculos comunitarios. La psicóloga Nora Merlín escribe que “La base del odio es la angustia, y la angustia es el afecto privilegiado del capitalismo”. Por eso, creo que detrás del odio o su replicamiento subyace el gran terror o el flagelo de esta época: el vacío. Nietzsche, en el siglo XIX, había anunciado la caída de Dios y de las creencias y el advenimiento de una era de nihilismo que convertiría al mundo en un desierto. Si este desierto es también la angustia me pregunto si esta angustia no es, en todo caso, el miedo a NO TENER RAZÓN o a estar equivocados, el miedo a vivir bajo la amenaza permanente de que nuestras verdades sean tan frágiles que una sola crítica podría desbaratarla. ¿Por qué no basta con tener una verdad y vivir con ella sin necesidad de tener que reafirmarla y, al mismo tiempo, de someterla diariamente a consideración de los demás?

Creo que, en el odio actual y potenciado por el anonimato que ofrecen las redes, también hay algo del orden sobre lo que escribió Freud en El malestar de la cultura, escrito en 1930 (la época nos es un detalle menor). El psicoanalista vienés nos dice que la cultura, como un dique de contención que hemos sabido construir, reprime nuestros instintos, nuestras pulsiones de muerte, es decir, nuestra violencia. La cultura nos aleja del hombre primitivo. Freud termina el ensayo advirtiendo algo decisivo para la especie humana: “si su desarrollo cultural logrará, y en caso afirmativo en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento”. Con los ejemplos de violencia y agresiones sin aparente razones que vemos a diario, me pregunto si la sociedad no ha relajado estos diques de contención de estas pulsiones.

Guillaume Chaslot, ingeniero de Youtube y encargado del área de “Recomendaciones”, admitió que el objetivo de la plataforma es el de fragmentar contenidos y polarizar para mantener más tiempo conectados a los usuarios. Esto derivó en que cada fragmento (también podría pensarse en cada fragmento ideologizad, aunque más no sea de ideologías dentro del gran mercado de identidades que ofrece la web) se encerrara en cámaras de ecos distanciándose de los otros segmentos desarrollando un concepto denominado “disonancia cognitiva”, que no es otra cosa que ver y escuchar aquello que confirma lo que yo pienso. 

Por esta razón las comunidades, guiadas por sus propios algoritmos, han mudado a mundos propios e irreconciliables con las demás, con visiones opuestas en cada tema que se debate de la agenda pública, al punto de llegar a distorsionar lo real o negarlo a puro posteo (negar triunfos electorales, acusar de dictaduras a gobiernos elegidos por el voto popular, ver como corruptos a honestos y viceversa), creando una realidad propia e ideal, menos dolorosa que aquella donde se imponen los datos empíricos o científicos, una realidad que pueda moldearse a gusto de esa comunidad de usuarios. 

Este comportamiento se observa, sobre todo, después de cada período electoral, donde la comunidad que optó por el candidato derrotado impulsa campañas para desacreditar al candidato adversario buscando errores, remarcando contradicciones y, sobre todo, no perdiendo la esperanza de observar que la comunidad que optó por el candidato ganador comience a arrepentirse para así acreditar que se estaba en lo correcto, que se detentaba la verdad, algo que mitigaría la angustia.

El ex directivo de Youtube mencionado teme que esta lógica pueda llevar a una guerra civil. Creo que esta guerra civil ya se está dando, aunque, por ahora, nomás sea de palabras. En un mundo con tanto ruido a veces el silencio y la desconexión hacen bien.

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