Opinion por: Pablo Salido

30 de enero de 2022

La pandemia y una oportunidad para los inmorales de dar lecciones

Medidas tomadas por la excepción de la pandemia Compartir en:

La pandemia y la cuarentena hicieron posible la toma de una serie de medidas difíciles de haberlas podido realizar sin un estado de excepción: actualización por parte del Estado de su base de datos sobre información personal y sensible de los ciudadanos, violaciones de derechos, abusos de autoridad de las fuerzas del orden que se sintieron “liberadas” para ejercerlos, y un etcétera de lo más variado. Pero una particularidad de todas las generadas es la conducta adoptada por quienes comenzaron a arrogarse el derecho de manifestar qué estaba bien o qué estaba mal, quiénes eran los que hacían lo correcto y quienes lo incorrecto, a pesar de sus dudosas morales y de no estar habituados a la práctica y al respeto por los valores democráticos y republicanos (ni hablar con la identificación por regímenes autocráticos o dictatoriales). Muchos de ellos, provenientes de sectores que mantuvieron –por lo menos en apariencia- una actitud desafiante hacia los poderes de turno en otros tiempos y entonaban loas a la libertad, con el acaecimiento de la pandemia se alinearon –o continuaron alineados- tanto al relato oficial sobre el origen de la misma (el cuento que comenzó con la sopa china de murciélago, su mutación y posterior viralización por el planeta con una eficacia y velocidad sorprendentes), como así también al relato punitivo oficialista de la cuarentana, defendiendo el cierre de escuelas, el control minucioso sobre la población, la circulación restringida o aceptando el slogan “priorizar la vida por sobre la economía”.

Con la cuarentena se pusieron en marcha una serie de dispositivos en busca de implantar el temor y la paranoia en una población asustada ante lo desconocido, como también –las voces críticas lo llamaron “malvinización”- una campaña publicitaria con visos bélicos en la que se buscó incluir a la población en un mismo equipo junto al gobierno, tratándose al virus como al enemigo a derrotar.

Una práctica habitual de quienes se radicallizaron en esta postura fue la de repetir los slóganes de la campaña contra el covid, oportunidad que tuvieron de investirse como jueces morales para con el resto de los ciudadanos, la oportunidad de exhibirse como ciudadanos ejemplares que se vacunaban, que acataban las normas y que vivían bajo el imperio de la ley. Por lo tanto, me pregunto: ¿qué los llevó a arrogarse el derecho a obrar como árbitros morales? No creo que solamente haya sido la necesidad de defender las decisiones de un gobierno sino que, a mi entender, se trató de otra cuestión, que fue la profunda necesidad de creer -en un mundo con la inmensa necesidad de una fe- que se tiene la razón y que han sabido escoger las opciones correctas y, por lo tanto, vivir en la certeza de una verdad. De todas maneras si yo pretendo demostrar todo el tiempo que tengo razón, rechazando compulsivamente todo lo que desacuerda conmigo, es porque tengo razones para dudar de aquello en lo que creo.

Me parece que en estos actos de inquisición prevalece, en los mismos jueces, esta gran duda sobre sus propias morales y comportamientos éticos. El dicho “dime de lo que te jactas y te diré de lo que careces” vendría bien para comprenderlo.


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