La muerte suele provocar opiniones disímiles. La de un genocida, no es distinta a otras, solo la diferencia lo que deja en nosotros.

No lo lamentamos ni nos reconforta, nos entristece su silencio cobarde y su ocultamiento hasta el último día ,del destino de infinidad de personas, de quienes se adueñó decidiendo luego su desaparición, su tortura o su apropiación.

Estos sujetos cuya vida hasta podría hacernos dudar de la condición humana, nos remite a lo peor de nuestra historia reciente, donde el terrorismo de estado encarnado por las fuerzas armadas y secundadas y estimuladas por un número considerable de la sociedad, dispusieron a su antojo de la vida y los bienes de miles de seres humanos.

Si existiera un espacio llamado eternidad donde deambulen las almas, Ojalá reciba una y mil veces ,la condena que merece.

Memoria, Verdad, justicia.